• ¿Sí al imperio de la ley, pero de la selva?
Por Alfredo Guzmán
Todo juego, tiene reglas. Todo proceso social, también.
Luego entonces, es menester tener en cuenta que cuando se juega con reglas cantadas, no hay sorpresas, hay sorprendidos. Las reglas pueden ir cambiando, como todo. Sobre todo cuando la sociedad las acepta, por medio de sus instituciones.
El país ha entrado a un estadio, momento o circunstancia que nos hace suponer que las reglas de los juegos en los que nos involucramos, deben tener jueces, árbitros y sus determinaciones se acatan, no se juzgan. Aunque haya brincos, gritos y sombrerazos.
Ha costado sangre, alcanzar el estatus democrático que hoy tenemos.
Al final de los juegos, lo que debe imperar es el respeto por el juego, pero sustentados en los acuerdos y reglas que los sustenten.
Porque si no respeto las reglas de los juegos, no hay de qué o dónde asirse, para que los juegos sigan siendo legales.
Desde cualquier óptica, se nos ha educado en que al final de cuentas podemos perder o ganar.
Pero tiene tiempo que la ley del más fuerte dejó de ser la norma a seguir. Para bien.
México ha pasado por diferentes etapas del desarrollo social y político democrático.
Sus instituciones, sus normas, su legislación se han venido enriqueciendo de muchas formas. Es posible hasta creer que hemos caminado y hemos venido construyendo un edificio social, donde las etapas de aprendizaje han quedado atrás. Para bien.
No hay en ningún lado del mundo un modelo democrático que deba ser acatado por todos o que se convierta en paradigma social en la faz de la tierra.
Aunque hay leyes, normas e instituciones que marcan pautas a seguir por la trascendencia de sus actos, que hasta se vuelven históricos. La Constitución de México de 1917, fue un ejemplo a seguir como elementos sociales de avanzada.
La revolución francesa, sus excesos y sus aciertos, permitieron a las sociedades, tener otra visión que rompe con el feudalismo.
Toda democracia es cara, ciertamente, porque no es de una sola visión, sino de un bagaje legal, que con acierto y error, nos ha permitido conocer sus limitaciones y con la experiencia, se ha fortalecido el embalaje legal.
Por ello, las instituciones que hemos creado, han pasado pruebas complicadas. Y seguirán cambiando y fortaleciéndose.
Recuerdo cuando en los procesos electorales, de la década de los 70s, el gobierno federal mexicano, decidía contra cualquier reclamo, quién ganaba.
De esa fecha a hoy, la construcción de instancias que arbitran y dan legalidad a todo proceso electoral, han pasado años, muchas historias, personajes y determinaciones han dejado huella.
En el juego del futbol, la voz del árbitro, dejó de ser la última palabra. Ahora hay observadores, que determinan por medio de un VAR (Árbitro Asistente en Vídeo), que a final de cuentas decide y nadie se pone a llorar por lo que determine, luego de que lo hace con base en observaciones precisas que permite la tecnología y no sólo el ojo humano.
Así el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), que es la última instancia legal electoral, dirá si el triunfo de los procesos electorales en todo el país, fueron de acuerdo a las reglas aceptadas por todos y todas.
Y sus determinaciones deberán ser acatadas por todos. No hay otra instancia, sólo externa.
Antes el árbitro, el Instituto Nacional Electoral (INE) ya organizó los procesos y los institutos locales o estatales, construyeron sus decisiones tomando en consideración las leyes.
Esas leyes pasan a instancias federales y son éstas las que revisan y no ha sido una, ni cien veces, que han cambiado las decisiones locales, en favor de las leyes y la misma democracia.
Es como un proceso legal cualquiera que empieza en un Ministerio Público y luego de varias instancias recorridas, termina en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ante un reclamo que pudo o no ser validado o cambiado en los espacios legales anteriores.
México y sus instituciones son elementos cambiantes.
Nadie está en contra de perfeccionarlas. Pero desaparecerlas, es un exceso o elemento que indica una visión fascista o dictatorial.
Por lo tanto, avalo y asumo que todo proceso legal avanza, cambia o retrocede, conforme a lo que indican las normas, reglas y leyes aceptadas.
Y si los triunfos se ratifican, caminamos, si cambian, también.
Eso es la democracia que hemos construido. No otra.