Chicotazos

  • Acapulco, cuerpo y alma

Por Francisco Javier Flores V.

El título pareciera el de una telenovela de mediados de la década de los noventa pero en realidad no lo es. ¿O puede ser que si? Vamos a ver.

Más allá de la oportunidad de admirar las extraordinarias anatomías de Patricia Manterola, Chantal Andere, Karla Alvarez y Cecilia Gabriela -para el caso de los varones-, la trama de esa obra versaba sobre la lucha por el poder, la ambición desmedida y el orgullo, provocando situaciones peligrosas y aún más cuando se trataba de una rivalidad de hermanos por el amor de una mujer.

Pero dejémonos de historias y centrémonos en la realidad actual de Acapulco, el puerto turístico por excelencia, la bahía más hermosa del mundo y políticamente hablando la joya de la corona.

La ciudad, que es a la vez la cabecera municipal, se encuentra en terapia intensiva.

Sin menospreciar los esfuerzos que desde el gobierno, sobre todo de los ámbitos federal y estatal se han desplegado para tratar de reanimarla, de darle fuerzas.

No es solamente la zona conurbada o la periferia, como le quieran llamar. Tampoco las comunidades rurales, donde tristemente viven una realidad aparte. Toda la mancha urbana está convertida actualmente en un gigantesco desorden.

Es una vergüenza caminar por el centro de la ciudad, invadido en prácticamente todas sus banquetas y parte del arroyo vehicular por el ambulantaje.

Las aguas negras a flor de piel se enseñorean junto a puntos negros de basura que retan a la autoridad encargada tanto de combatirlos como de no permitirlos.

Apenas empieza a caer la tarde, a ocultarse el sol, el primer cuadro es territorio lúgubre y sombrío.

El mercado central apesta a rayos, como apestan igual la mayoría de esos lugares donde los acapulqueños acuden a abastecerse de alimentos.

Luego entonces, quien esté al frente del gobierno municipal es lo que tiene que hacer, dedicarse en cuerpo y alma a resolver esos y tantísimos otros problemas. Sin distracciones y sin dilación.

Atenderlos de tiempo completo. No es momento de luchar por el poder, de ambicionar desmedidamente otros cargos, de luchas fratricidas. De orgullo quizá sí, de sacar la casta, de dar la cara por esta tierra que a muchos nos vio nacer y a otros los acogió.

Como en la telenovela, la rivalidad entre hermanos (entiéndase aquí compañeros de un mismo partido) puede ser peligrosa, así que no es tiempo de disputas. Hay que dedicarse a trabajar, a dar resultados a la gente. A gobernar pues, en cuerpo y alma. Vale.

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