• Más allá de la pasión
Por Francisco Javier Flores V.
Cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador planteó por primera vez que los apoyos de los programas de beneficio social llegaran directamente al pueblo, sin intermediarios, la gran mayoría de organizaciones sociales puso el grito en el cielo.
No era para menos. El lucro que durante muchos años venían haciendo, no solamente cobrando a sus supuestos representados por la labor de gestoría, sino muchas veces quedándose los mismos dirigentes con los recursos destinados a los más necesitados, llegaba a su fin.
En Guerrero, no son pocos los ejemplos de “líderes” enriquecidos por esa corrupta práctica de quedarse con recursos que no eran de ellos, y así florecieron ranchos, empresas, residencias de lujo, vehículos costosos y toda una serie de comodidades de esos sacrificados representantes.
A mediados del 2018, el entonces gobernador Héctor Astudillo Flores, junto a funcionarios federales y estatales, acudió a la colocación de la primera piedra de lo que se anunciaba como un ambicioso proyecto supuestamente para beneficiar a los productores de la región Costa Grande: la Empacadora de Mango Regional en el municipio de Tecpan de Galeana.
Quien la gestionó fue la Coalición de Organizaciones Democráticas, Urbanas y Campesinas (CODUC) en esos tiempos en que las relaciones entre el entonces dirigente estatal, Sebastián de la Rosa Peláez y el nacional, Marco Antonio Ortiz Salas, eran miel sobre hojuelas. Comían hasta del mismo plato, dicen quienes en su momento los frecuentaban.
El panorama era prometedor. Ya nuestro estado era considerado el principal productor de mango a nivel nacional y la empacadora significaba sin duda un valor agregado al producto para ser exportado más allá de nuestras fronteras, con el consecuente beneficio a los miles de campesinos que se dedican a cultivar la deliciosa fruta tropical.
Ajá. Lamentable no fue así. Lo que Marco Antonio y Sebastián no dijeron, es que esa empacadora la gestionaron, sí, pero para ellos, no para los productores, aunque tampoco contaban con que las cosas no salieran como lo planearon y para colmo que el diablo -o más bien Cupido- metiera sus narices.
Los dos dirigentes, junto a la entonces diputada federal Maricarmen Cabrera Lagunas, se auto nombraron como socios mayoritarios de la empacadora, lo que en el ámbito empresarial todos saben lo que significa, que ellos serían los dueños, pues.
El problema fue cuando a las complicaciones económicas, la mala planeación del proyecto, las diferencias de criterio, las intrigas y tantas cosas que se atraviesan en este tipo de casos, se sumaron los celos y cuestiones sentimentales y hasta pasionales.
Sebastián rompió con la CODUC, Marco Antonio se quedó con Maricarmen y el edificio que comenzaba a erigirse en el Crucero de los Tarros, quedó al parecer solamente en buenas intenciones.
La pregunta es, ¿y qué fue de los recursos destinados para esa obra? Tal vez la respuesta la tengan las instancias fiscalizadoras. Vale.