- Claudia
Por José Antonio Rivera Rosales
El Tribunal Eletoral del Poder Judicial de la Federacion (TEPJF) validó los resultados de la pasada elección del 2 de junio, lo que se traduce en el reconocimiento legal de Claudia Sheinbaum como la primera mujer presidente de México.
Aunque indudablemente existe afinidad ideológica entre la presidente entrante y el saliente, también es claro que hay diferencias marcadas entre ambos, lo que abre la puerta para atisbar sobre el futuro del país a partir de alguas posturas adoptadas por la mandataria electa, que establecerá un derrotero distinto de la conducta asumida por López Obrador.
O al menos eso es lo que esperamos.
Andrés Manuel López Obrador, el presidente saliente, construyó su imagen política a partir del hartazgo que invadió a la sociedad mexicana, cansada de la conducta de los partidos políticos dominantes -ya fuera el PRI, el PAN o el PRD-.
Esto implica que, en su fase de dirigente opositor, el todavía presidente supo leer el estado de ánimo de la población, especialmente de los sectores marginados. Ya como mandatario, su conducta se enfiló a la construcción de una nueva clase dirigente que pudiera preservar el poder, haciendo exactamente lo mismo que criticó, pero de peor manera.
López Obrador se manifestó como un activista de izquierda, pero surgido de las filas del PRI y con posterior militancia en el PRD, para después fundar su Movimiento de Regeneración Nacional. Es, fundamentalmente, un agitador político. Lo que sucedió después es por todos conocido.
Claudia, en cambio, es hija de científicos, procede de la izquierda teórica forjada en las aulas universitarias (¿se acuerdan de la huelga del CEU en la UNAM?), con un enfoque analítico de los pensadores clásicos imperantes en la década de los setenta. Es, por definirla de alguna manera, una científica social.
Ambos confluyeron en el movimiento opositor, aunque procedían de diferentes vetas políticas: uno, del activismo político-partidista, y de la izquierda académica la otra, imbuida de los planteamientos marxistas e inclusive maoístas.
Es de prever que a partir del primero de octubre podremos conocer el verdadero talante de Claudia Sheinbaum, la que ha comennzado a expresar algunas posturas como el apoyo irrestricto a las mujeres, a quienes piensa dotar de una pensión a partir de los 60 años, como una forma de reconocimiento por una vida de trabajo sin sueldo. Sin duda algo muy loable.
Aunque resulta claro que López Obrador ha impuesto a varios de los integrantes del gabinete de Sheinbaum, hay indicios en el sentido de que la nueva mandataria ha preservado algunos espacios estratégicos como el se la seguridad pública, donde instaló a Omar García Harfuch.
Este personaje es nieto del general Marcelino García Barragán e hijo de Javier García Paniagua; el primero fungió como secretario de la Defensa Nacional y el segundo fue titular de la Dirección Federal de Seguridad, la polícía política del regimen priista.
En la extinta Policía Federal -disuelta por López Obrador-, Garcia Harfuch fue director de los servicios de inteligencia de aquella corporación, desde la cual localizó y aprehendió a criminales peligrosos, entre ellos del grupo de los Beltrán Leyva.
Como jefe de la Secretaría de Seguridad Ciudadana en el gobierno de Claudia Seinbaum, fue objeto de un atentado lanzado por el Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) que le causó la muerte a tres de sus subalternos, así como algunas heridas en su persona. Ese brutal atentado, ocurrido el 20 de junio de 2020, conmocionó a los habitantes de la capital. Aunque con heridas, el jefe policiaco demostró habilidad para evadir a los matones de ese grupo delictivo, considerado el más violento de México después del Cartel de Sinaloa.
Por alguna razón que desconocemos, López Obrador se negaba a abrirle espacios a García Harfuch, pero Claudia se sobrepuso y lo designó como secretario de Seguridad Ciudadana, con lo cual lo convirtió en el principal mando de la Guardia Nacional. Habrá que ver a cuánto asciende el presupuesto de operaciones de la GN para el año próximo (de eso depende la capacidad de respuesta de la corporación ante las amenazas internas, como el crimen organizado).
Algunos indicios como éste, dan una idea en el sentido de que la Sheinbaum marcará su propio derrotero en la conducción de gobierno, lo que con seguridad no le hace ninguna gracia al actual inquilino de Palacio Nacional.
De hecho, esta independencia en el manejo de gobierno parece hermanar a la presidente electa y a la gobernadora Evelyn Salgado. Por ejemplo, la idea de implementar una política asistencial en favor de las mujeres, especialmente las más vulnerables y marginadas -como es el caso de decenas de miles de féminas que habitan en la región de la Montaña- es un esfuerzo que la mandataria local implementó desde hace tres años en Guerrero.
Los primeros tres años de su gobierno, Evelyn Salgado contó con un decidido apoyo del presidente saliente. Los tres años restantes le tocará interactuar con la primera mujer presidente, lo que parece augurar una etapa de mayor concordancia en los temas de interés nacional, como en el caso de la seguridad nacional o la asistencia a las mujeres.
La relación entre ambas -Sheinbaum y Salgado- parece fluir sobre rieles a partir de que las y los guerrerenses aportaron más de un millón de votos a la presidente electa.
No por nada la mandataria guerrerense es percibida como una eficaz funcionaria. La encuestadora Demoscopía Digital, una de las más serias del país, ubica a la guerrerense en el lugar número 8 por su nivel de aprobación, con 65.5 puntos valuados por la calificadora. El ranking nacional de la medición le aporta 70.3 por ciento al gobernador mejor posicionado.
Pareciera que, según se observa, en el futuro inmediato habrá una coordinación adecuada entre ambos órdenes de gobierno: el federal y el estatal. Al menos es lo que se espera.