Chicotazos

  • Acapulco sangriento

Por Francisco Javier Flores V.

Acribillado a balazos, un hombre fue asesinado en la calle La Roqueta, esquina con avenida Adolfo López Mateos del fraccionamiento Las Playas.

Acuchillada sin piedad, una pareja fue atacada a las afueras de un conocido motel de paso, por el rumbo de Caletilla, en ese mismo fraccionamiento. Ella murió en el acto, él quedó gravemente herido.

Cuando consumía alimentos en una taquería de la calle Tadeo Arredondo, un individuo fue agredido a balazos. Con las balas en el cuerpo tuvo fuerzas para correr calle abajo; fue perseguido por sus agresores, pero alcanzó a refugiarse en el Chedrahui de Las Hamacas. Ahí llegaron a atenderlo paramédicos de la Cruz Roja. No se sabe qué fin tuvo el herido.

En la calle Sonora, entre Michoacán y Niños Héroes, a sólo unos metros de los cuarteles de la Policía Preventiva y de la Ministerial, en la colonia Progreso, un hombre fue asesinado a balazos.

En esa misma colonia, en la calle Perote esquina con Baja California, una mujer fue encontrada muerta con un torniquete en el cuello, víctima de la ola violenta que envuelve nuestra ciudad.

Acapulco huele a sangre, dolor y muerte. Estos casos que aquí se mencionan son solamente los de las últimas horas.

La violencia campea en el Paraíso de América, los asesinatos parecen no tener fin, y no hay nadie capaz de prevenirlos, como tal parece que tampoco nadie se encarga de investigarlos.

Las diferentes corporaciones policiacas solamente llegan al lugar, acordonan el área del crimen y esperan la llegada del Semefo, que a veces tarda horas, para llevarse el cadáver.

No persiguen, no peinan la zona, no van tras los agresores. No les importan las lágrimas de impotencia de familiares que lloran a sus muertos.

En algunos casos, la Policía Preventiva ni siquiera llega. Es entendible, los elementos andan ocupados esculcando transeúntes y borrachitos a las afueras de las cantinas.

Así como la violencia se enseñorea por las calles, la impunidad ha tomado también carta de naturalización. Y no son decenas, ni cientos. Ya son miles de crímenes cuyos expedientes, si es que existen, permanecen archivados, negados a hacer justicia a todas esas víctimas.

Por eso además del olor que despiden los drenajes abiertos en las calles, del de las plantas tratadoras de aguas negras que no funcionan, del de los montones de basura que grotescamente adornan muchos puntos de la ciudad, los acapulqueños nos hemos acostumbrado a ese otro olor, al de la sangre, el dolor y la muerte.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *