Bajo Fuego

  • Fuego y agua

Por José Antonio Rivera Rosales

Al final, el destino terminó por alcanzarnos.

A querer o no, las alteraciones del clima terminaron por afectar a los asentamientos humanos, particularmente a partir de la ocurrencia del huracán Otis que en menos de tres horas evolucionó de grado 2 a grado 5, con vientos sostenidos de más de 300 kilómetros por hora.

Después de Otis, sobrevino una sequía extrema que afecta a gran parte del país -y que debiera ser considerada como una emergencia nacional-, pero el gobierno de Morena parece estar más distraído con las campañas políticas.

Como consecuencia de las altas temperturas, la vegetación del Parque Nacional El Veladero se transformó en una amenaza para las colonias limítrofes que con horror vieron las llamas avanzar hacia sus núcleos.

Las tres mil hectáreas de vegetación que aún subsisten en el parque se convirtieron en materia prima -a veces por intrusiones humanas- para una bomba de tiempo que ha sido combatida casi con desesperación por el personal de diferentes dependencias federales y estatales, que para el efecto han debido importar helicópteros y equipamiento desde fuera del estado de Guerrero.

El personal de Protección Civil municipal, coordinados por un taxista designado para el efecto por Abelina López, ha tenido un papel casi testimonial en el combate a los incendios dado el pobre equipamiento con que cuenta el cuerpo de bomberos del municipio.

Esa es la herencia de la señora, que quiere repetir en el cargo con la bandera de la continuidad.

El caso es que la población quedó abandonada a su suerte por el municipio ante la amenaza constante de los incendios que, dada la extrema sequía y los calores propios de la temporada, aún siguen amagando a la población que, para terminar de joder las cosas, son los pobres entre los pobres de Acapulco -que han tenido que encaramarse en los cerros ante la falta de vivienda-.

La temporada de lluvias, cuyo arranque está previsto para el 19 de mayo, traerá consigo de nuevo la amenaza de los huracanes, lo que implicará una trayectoria atípica del primero de ellos de nombre Aletta que se prevé recorra la mayor parte de la costa del Pacífico con los estropicios que sin duda va a generar. Como sea, el caso es que el cambio climático llegó para quedarse y podría desencadenar una tragedia aún mayor que la que causó Otis el año pasado en el puerto.

De la sequía extrema que afecta a gran parte del país -¿se fijaron que está casi seco el Lago de Patzcuaro?- pronto tendremos noticias que no serán nada halagueñas porque constituye un fenómeno, también causado por el cambio climático, que traerá aparejado los primeros conflictos entre comunidades por el acceso al líquido, como ya ha comenzado a ocurrir en pueblos de Guerrero.

La amenaza está aquí, sólo que no nos hemos dado cuenta.

Pero hay una amenaza que pudiera ser más atroz, de la que sólo nos acordamos cuando se presenta: un sismo de gran magnitud que podría causar un daño inconmensurable a la vida humana y a la infraestructura.

El 7 de septiembre de 2021 se produjo el último sismo en Guerrero con una magnitud de más de 7 grados. Aunque fue muy violento, por fortuna no cegó vidas humanas.
El problema es que podría repetirse.
Desde hace muchos años, el doctor Víctor Manuel Cruz Atienza investiga la ocurrencia de terremotos en la costa del Pacífico, en particular el área conocida como La Brecha de Guerrero, una zona de 140 kilómetros de largo entre Acapulco y Petatlán en la que en cien años no ha ocurrido un sismo de gran intensidad.
Cruz Atienza lleva a cabo su investigación por acuerdo entre la UNAM y la Universidad de Kioto, Japón. En meses recientes sus investigaciones le han permitido determinar que la ocurrencia de un gran terremoto en la Costa de Guerrero es inminente, sobre todo a partir de datos que se han obtenido de sismos lentos producidos en el lecho marino frente a Acapulco.
No sólo eso: también han encontrado señales de actividad sísmica en la región de Costa Chica, en la zona de Copala, donde han observado indicios que producirían un gigantesco sismo que pudiera afectar gran parte de la Costa de Guerrero y, probablemente, otras localidades más allá del estado, como Oaxaca y/o la ciudad de México (el terremoto de 1985 se generó en Guerrero).
Esa amenaza ha estado latente durante muchos años. En principio, cuando ocurrió el sismo de 2021, los científicos pensaron que se trataba del esperado fenómeno de la Brecha de Guerrero. Pero al parecer no es así.
De modo que sigue latente esa amenaza como una Espada de Damocles que pende sobre muchas personas que viven su vida ajenas a los grandes riesgos que podrían surgir de la naturaleza misma a la que hemos vulnerado de tantas maneras.
Es por ello se vital importancia fortalecer la cultura de la protección civil -que surgió, precisamente, después del terremoto que azotó la ciudad de México en septiembre de 1985-, con el fin de construir una ciudadanía medianamente consciente de los peligros naturales y/o causados por la mano del ser humano.
La Secretaría de Gestión de Riesgos y Proteccion Civil, a cargo de Roberto Arroyo Matus -un experto en ingeniería sísmica que en 2009 ganó el Premio Nacional de Protección Civil- debiera contar con todo el apoyo presupuestal, facultades y equipamiento para responder antes, durante y después de una contingencia de gran magnitud.
A pesar de la inminencia y gravedad de los problemas a los que se enfrenta Guerrero -como sismos, huracanes e incendios y, ahora, sequías- esa secretaría es una dependencia a la que sólo se acude de soslayo, en contingencias, cuando su trabajo debiera ser de prevención permanente ante hechos que cada vez más adquieren carta de naturalización.

Esperemos que en el presupuesto y los proyectos de 2024 la SGR cuente con todo el apoyo así como el equipo técnico y humano necesario. Y no sólo cuando alguien grite: ¡ahí viene el lobo!

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