• Fuego contra fuego
Por Armando Ventura
En el año 1995 tuve la fortuna de ver la película “Fuego contra fuego”, protagonizada por dos de mis actores preferidos, Robert De Niro y Al Pacino, cinta que fue un éxito rotundo y que describía la realidad de cómo se conforma una banda criminal.
El jefe de la banda (Robert De Niro) asaltaba carros blindados y bancos con tan excelente simetría que en menos de tres minutos daba el millonario golpe y desaparecía por un largo tiempo; el teniente policiaco (Al Pacino) era el encargado de la investigación y persecución de esa banda criminal; al final, un robo bancario sale mal por la traición de un miembro de esa pandilla, por lo que la policía ya los estaba esperando, originándose una fantástica escena fílmica donde ambos personajes -con sus respectivos elementos- se atacan a balazos en las calles de la ciudad con una baja en ambos lados y que a la postre concluiría con la muerte del jefe criminal.
De manera análoga, traigo ese tema a colocación con lo acontecido al ex Secretario de la Defensa Nacional, General Salvador Cienfuegos Zepeda, quien a -pesar de tener más de 50 años en las fuerzas armadas- sucumbió a la ambición…y a la traición. En efecto, Dicha ambición sobrepasó el excelente salario y el manejo de todo el presupuesto que en el sexenio de Enrique Peña Nieto -como Secretario de la Defensa Nacional- tuvo. Todavía no entiendo qué lo orilló a traicionar su juramento castrense y relacionarse con el grupo criminal del Cártel de Nayarit; pero algo es seguro, tuvo mejor paga…y en dólares.
Y no sólo sucumbió a la ambición, también lo hizo a la traición pues siendo encargado del cuartel militar en Sinaloa tenía el contacto político y social con los encargados del Poder Ejecutivo en los estados que tenía en su jurisdicción militar, como ese estado y el de Nayarit; situación que originó que entablara amistad y negocios con el Fiscal General de ese Estado, quien protegía al cártel comandado por EL H2; obviamente ese jefe criminal no lo traicionó –por ser abatido por el mismo ejército- sino que dicha traición llegó por conducto de su amigo el Fiscal General en el Estado de Nayarit, Edgar Veytia, compadre del ex gobernador Roberto Sandoval, quien actualmente se encuentra purgando una sentencia de 20 años en la cárcel de Estados Unidos por proteger grupos criminales.
Por el momento, la detención del “general incómodo” ha puesto nerviosos a más de uno, tanto que si pensaban llevar a sus familias de vacaciones a los Estados Unidos -ya sea para ver a Mickey Mouse o para visitar la “Gran Manzana”, estoy seguro que preferirán irse a Tepoztlán, Acapulco o a cualquier pueblito mágico del país; obviamente estoy siendo sarcástico ya que con tanto dinero que tienen esos políticos, esos lugares jamás estarán en sus planes de visita.
EL “PERDON” DE UN GENERAL
El 16 de abril del año 2016, el general Cienfuegos -ante 30 mil elementos de la fuerzas armadas concentrados en la plaza Damián Carmona en el campo militar número 1- pidió perdón a nombre del Ejército Mexicano –obligado por la CIDH- a una mujer de Ajuchitlán del Progreso -en el estado de Guerrero- tras ser torturada por soldados en el mes de febrero del año 2015.
En ese evento, pronunció un discurso; aquí un segmento de lo pronunciado: “quienes actúan como delincuentes no sólo incumplen la ley sino que no son dignos de pertenecer a las fuerzas armadas”. Rematando: “en él se aprecia que malos integrantes de nuestra institución empañan la actuación honorable de miles de mujeres y hombres en uniforme militar”.
Obviamente, ante los acontecimientos en los actos criminales que le valieron la detención al ex Secretario de la Defensa Nacional, el discurso pronunciado junto con el perdón pedido a la mujer vejada nunca fue sincero -fue obligado- y con ese pronunciamiento hecho ante sus similares castrenses no predicó con el ejemplo sino todo lo contrario.
Ante las circunstancias que hoy conocemos, pareciera que el que actuó como delincuente fue el ex Secretario y que desde el momento en que pronunció dicho discurso no fue digno de pertenecer a las fuerzas armadas, siendo él mismo quien empañó la actuación honorable del uniforme militar. Y poniendo mal ejemplo –con su actuar- a los nuevos cadetes y futuros militares de carrera. Por ahora, tendrá que volver a pedir perdón -y esta vez en serio-; no sólo a la mujer ofendida por los soldados sino…al propio Ejército Mexicano.